jueves, 24 de abril de 2014

EL MASON

El hombre y como tal el masón, pertenece a ese grupo animal llamado mamíferos, por esta condición de origen, vive en constante contradicción entre su necesidad de vivir en grupo, en el seno de este rebaño llamado Humanidad y la necesidad de mantener un espacio íntimo donde desarrollarse como individuo, manteniendo un constante difícil equilibrio, una convivencia frágil que se quiebra cada vez que el egoísmo, el egocentrismo o la egolatría emergen desde el fondo, de las entrañas de uno de nosotros.
En su afán de evitar estos enfrentamientos entre el derecho a la individualidad y la obligación de coexistir en armonía dentro de la manada, desde la noche de los tiempos, el hombre se ha dotado de normas que le permitan mantener esa ansiada equidad, normas que emanan de diferentes fuentes pero destinadas a desembocar en el mismo océano de la convivencia humana. Así surgieron costumbres, convencionalismos, preceptos, leyes, religiones, filosofías, políticas, y por qué no reconocerlo, también la masonería.
Todo este conjunto de normas nacen así mismo, como obras humanas que son, impregnados del mismo constante estigma de la contradicción, penden de ese frágil hilo entre su acatamiento y el cambio para superarlos, generando la eterna dialéctica entre tradición y evolución.
El universo masónico ha tratado desde sus orígenes edificar la convivencia humana desde un templo íntimo y personal, basado exclusivamente en el libre albedrío del individuo para proyectarlo a la sociedad. La base sólida, los cimientos donde se apoya este templo que representamos cada uno de nosotros, es el RESPETO que como seres humanos todos merecemos, siendo tres las columnas que lo sustentan, la LIBERTAD de..., la IGUALDAD entre... y la FRATERNIDAD 

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